Monday, June 12, 2017

"La familia no nace, se construye"

Queridxs amigxs,

¡Saludos desde mi último mes en la Ciudad de México! No hay palabras suficientes para describir la mezcla de emociones que siento mientras veo la fecha de mi regreso a EEUU acercándose más y más; emoción, pánico, temor, cansancio y gozo, pero sobre todo, una tristeza muy agridulce, tristeza de saber que esta experiencia tan transformadora como todas las cosas buenas en la vida, se está acabando. Nos dijeron que este año iba a ser el año más rápido de nuestras vidas y tenían toda la razón.

Mientras  navego en estas emociones, trato de enfocarme en estar lo más presente posible, de enfocarme en todos los detalles pequeños que voy a extrañar tanto en un par de semanas; hablar con el vendedor de jugos y licuados enfrente de mi oficina,  la luz del atardecer en las paredes blancas y amarillas de mi barrio, los gritos de los vendedores de periódicos en las calles, hablar con mi amiga Anabel mientras desayuno fruta cuando llego a la oficina del CEE, el sonido de las risas de mis papás y la variedad de olores en la ciudad.

En los últimos momentos de cualquier experiencia es importante, mientras encuentres el balance entre la nostalgia, la sentimentalidad y estar presente, tomar algunos momentos para reflexionar y decirles a tus seres más queridos lo mucho que te importan. Hace un par de semanas tuve la oportunidad de tener un momento así, cuando mi amigo Carlos, que es colega de otro voluntario de YAGM, me habló sobre la posibilidad de platicar con Nef, Danny y yo sobre nuestra experiencia de ser una familia este año. La entrevista resultó ser uno de mis momentos favoritos de este año, pero, primero, un poquito de contexto.

Cuando supe que iba a vivir con Nef y Danny, supe que iba a ser una experiencia especial. Mientras algunos de los otros voluntarios en nuestro grupo viven con familias más grandes, en contextos menos urbanos, vivo con una familia muy pequeña en una de las ciudades más grandes del mundo. Como alguien que viene de una familia heterosexual, me preguntaba ¿cómo iba a ser la dinámica de vivir con una pareja gay? especialmente una tan joven, no sabía mucho de ellos, ni ellos mucho de mí, y ellos sólo supieron con dos semanas de anticipación que iba a vivir con ellos, cuando los conocí, me sentía nerviosa y emocionada, con esperanza de todo lo que iba a resultar de este año.





Pensando en ese momento, casi 10 meses después, me siento muy celosa de aquella Maddie, de todo el tiempo que ella tiene, de todos los momentos que la esperan, porque en ese momento, cuando Nef me vió por la primera vez y me dió el abrazo más fuerte de mi vida, no podía haber imaginado todo el gozo y amor que me estaba esperando este año, que fuéramos a llegar a ser la familia que somos.; de verdad, no podía haber pedido tener mejores papás. Nef y Danny son dos personas muy lindas, sabías, cálidas, fuertes, amables, y generosas, ellos nunca han “conocido a un desconocido”.

           Ellos me han redefinido mi concepto de la hospitalidad; son muy trabajadores y determinados, manejan jornadas muy duras y siempre con una actitud muy positiva, sabiendo que están un pasito más cerca a conseguir sus sueños. Me han recibido como hija, me han abrazado mientras lloro y me han aconsejado mientras pienso en decisiones personales y profesionales, me han hecho reír tanto que casi hice pipí en mis pantalones, me han sorprendido con una fiesta para mi cumple, me ayudaron a ponerme hielo cuando me hice tanto daño a mi espalda que casi no podía caminar y ellos han sido pilares de apoyo y gozo. Verlos siempre es la mejor parte de mi día,  les agradezco mucho por compartir sus vidas conmigo y recibirme como parte de su familia. Estoy muy orgullosa de ellos, y orgullosa de ser su hija, son mis héroes en México.




Tener la oportunidad de reflexionar formalmente en nuestro año juntos y en todos los momentos cotidianos, pero sagrados, es algo que siempre guardaré en mi corazón. Aquí les comparto la entrevista y espero que les guste tanto como a mi la experiencia. Las despedidas nunca son fáciles y yo sé que voy a ser inconsolable cuando llegue el día de despedirme de todos mis amigos pero especialmente, de mis dos más queridos. Les pido oraciones por la fuerza y acción de gracias, por todos el amor que he recibido este año, pero especialmente por mis papás y la familia que me han dado.  


Maddie y sus dos papás: La familia no nace, se construye.
Por Carlos Díaz

“La familia no esta definida por el color, la raza o nacionalidad”. Así detalla Maddie  su nuevo núcleo familiar en México. Su llegada a la vida de Neftalí y Daniel ha venido a re-significar el concepto de familia para esta pareja homosexual y a ponerlos en una situación en la que el  ejercicio de su paternidad, les deja nuevas sensaciones en la experiencia de vivirse como compañeros de vida.

En México, de acuerdo a la revisión del Censo de Población y Vivienda de 2010, realizado por Cecilia Rabell, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, y Edith Guitiérrez, de El Colegio de México,  estimó que existen 229 mil 7773 hogares conformados por parejas del mismo sexo, de los cuáles 172 mil 433 son nucleares, es decir,  tienen hijos e hijas.

La familia que ahora conforman Maddie, Neftalí y Daniel incrementan esta cifra, sin embargo, en breve dejará de existir. No porque los lazos de afectividad y compromiso emocional se rompan, sino porque la “niña”—como la pareja le llama a Maddie—regresa a su primer hogar en Estados Unidos.

Padres de acogida: la niña llega a casa

Llegar a ser padres temporales, para Neftalí y Daniel,  fue una oportunidad inesperada, pero aceptada de mutuo acuerdo y con alegría. La llegada de esta nueva integrante, les permitió experimentar otra dinámica familiar que implicó, primero, reorganizar sus tiempos, aún cuando ambos cuentan con una agenda laboral complicada. También, tuvieron que superar barreras que envuelven la diferencia de idioma, cultura y género.

Maddie, quien tiene 23 años, llegó a México a través de un programa para líderes jóvenes que realizan misiones globales en países en vías de desarrollo, el cual es auspiciado por una institución religiosa, de corte protestante, en Estados Unidos.  La congregación religiosa a la que “Nef” y “Dany”—como Maddie les dice de cariño— pertenecen, forma parte de la red de iglesias, en Latinoamérica, que tienen vínculo con el programa en el que su “hija de acogida” se encuentra. La dinámica de inmersión a la comunidad y cultura del país que visitan, introduce a los jóvenes misioneros a un nuevo núcleo familiar que les provea, no sólo un espacio físico para vivir, también acompañamiento, atención y afecto.  Además, integrarse a una familia, en este caso mexicana, les permite ampliar sus conocimientos y experiencia respecto a cómo se vive en el país, sus tradiciones, cultura e idiosincrasia. Es decir, realizar una inmersión lo menos superficial posible del país en el que se encuentra.  

“Ser considerados para recibir a una joven, al igual que lo hacen otras familias heterosexuales de la congregación, fue para nosotros el reconocimiento al interior de nuestra comunidad religiosa como familia. Es decir, para ellos no éramos sólo una pareja, sino una familia que puede alojar, cuidar y proveer de afecto a un nuevo integrante, en este caso a una hija”, comenta Neftalí.



Vivir entre dos modelos de familia

Cuando conocí a la historia de Maddie , y sus padres homosexuales, resultó inevitable cuestionar cómo operaba en ella el concepto de familia desde dos ángulos: hetero y homoparental, qué diferencias reconocía en ambas y cómo se vive siendo hija de una pareja homosexual en un país con un población, en su mayoría, machista, homofóbica y misógina como la mexicana.

Maddie, como sucede en la vida de todos los hijos e hijas, no escogió su familia mexicana. Su llegada a la vida de Neftalí y Daniel fue fortuita. Durante el proceso de colocación, por parte de quien coordina la estancia de los jóvenes misioneros en México, a ella y a sus compañeros de misión se les notificó que existía la posibilidad de que alguno fuese alojado por una familia homoparental. Ninguno tuvo oposición, pero Maddie—cuenta—supo desde ese momento que ella sería la hija temporal de dicha familia. Y así fue.

Al preguntarle a Maddie cómo tomaron sus padres heterosexuales la idea de que ella viviese con una familia homoparental, su respuesta es clara: “No tuvieron ningún problema con eso”.  Por el contrario, comenta que su familia, así como la congregación religiosa a la que pertenece en Estados Unidos, son del ala más progresista del protestantismo de aquel país, al grado de ordenar a mujeres como ministras, reconocer y aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo, así como la identidad de las personas trans.

Por otra parte, su vida en México tampoco ha tenido un panorama negativo. Afortunadamente, el entorno que la rodea respeta y acepta este nuevo modelo familiar. Aunque, es inevitable que en ocasiones tenga que especificar que al decir: “Vivo con mis padres”, las personas entiendan que vive con dos padres y no con un padre y una madre, como en México solemos asumir cuando escuchamos la palabra “Padres”. Este hecho que pudiera verse insignificativo, por el contrario es muestra de la invisibilidad que, aún, cubre a las familias homoparentales, en específico, a los hombres, quienes generalmente son vistos como incapaces de cuidar y hacerse responsable de la crianza en un hijo (a).

¿Qué diferencias encuentras en tu familia heterosexual de Estados Unidos y tu familia homoparental en México? Le cuestiono a Maddie. Ella sonríe. Sus padres también. En términos generales responde que la diferencia, evidentemente, en un aspecto físico es la ausencia de su madre. Sin embargo, a nivel emocional y afectivo no encuentra un cambio significativo en relación con sus dos familias. No obstante, es puntual en aclarar que la relación que establece con sus padres mexicanos no está basada desde una perspectiva heteronormativa. Es decir, no asume a uno como “papá” y a otro como “mamá”. Aunque, reconoce que ve en ellos características de sus padres biológicos, por ejemplo: el carácter reservado de “Dany” y lo extrovertido que puede llegar a ser “Nef”. Por otra parte, el hecho de que Neftalí y Daniel sean unos hombres jóvenes, reduce la brecha generacional con su hija, lo que le da a Maddie un mayor margen de libertad a la hora de hablar de temas que, como mujer joven, le interesan. Así, su relación padres e hija, tiene esa posibilidad de llevarla al terreno de la amistad.

Lo anterior, no exenta a Neftalí y Daniel de asumir precauciones como todos los padres. Aunque, afirman que no agobian a su “niña” con reglas extremas, si la han provisto de una serie de consejos y estrategias para que cuide su integridad física. Sobretodo, por su condición de extranjera y mujer.

Neftalí reconoce que desearía ofrecerle a Maddie más tiempo de lo que su agenda laboral y académica le permite, pero enfatiza que el tiempo que pasa con ella es de calidad. Mientras que Daniel, emocionado, comenta que Maddie ha venido a cambiar sus vidas, desde cosas tan simples como la decoración del cuarto que le proveyeron en su departamento hasta la decisión consciente que como pareja han tomando: En un futuro próximo y mediano, no tener hijos (as). No porque no deseen hacerlo, la experiencia con Maddie, les ha enseñado que los (as) hijos (as) requieren de un puntual acompañamiento, dedicación y cuidados. Aunque su “niña” es un joven independiente, enfocada en su trabajo como voluntaria en una organización no gubernalmental, y de buena conducta, reconocen que con un menor las cosas serían diferentes.

Mi corazón no es condominio: Neftalí

Maddie regresa a Estados Unidos, con su familia biológica, la primera semana de Julio. Tanto ella como sus padres mexicanos saben que el momento de decir “adiós” se acerca. Las despedidas nunca son fáciles cuando se ha construido un fuerte vínculo emocional. Aunque saben que en la actualidad la distancia no es un problema, gracias a las nuevas tecnologías de comunicación y social media, reconocen que se extrañaran mutuamente. Para Maddie, desde ahora, tiene dos familias. Dos modelos de padres, a los que ama por igual. Mientras hablamos de la inminente despedida Maddie llora y sus padres emocionados observan. La escena me hace cuestionar: ¿Por qué insistimos en pensar que el vínculo entre padres e hijos es biológico? Es tarde Maddie era una hija hablando con amor de sus padres y  ellos, Neftalí y Daniel, unos padres orgullosos de ver que su niña es una mujer.

¿Piensan continuar en el programa que recibe a los jóvenes misioneros el próximo año? Pregunté a la pareja. La respuesta es un no. Neftalí señala: “No podría, mi corazón no es un condominio para recibir y ver partir a mis hijos”. Daniel comparte esa idea. Ellos saben que ahora su corazón pertenece a Maddie. Ella es su niña, su hija, a la cual verán partir pronto. No están dispuestos a encariñarse de nuevo y ver partir a alguien que se lleva consigo un pedazo de su vida, tiempo y amor.

La entrevista termina y me despido de esta familia. Me quedo con la promesa que Maddie le hace a sus padre mexicanos. El día de su boda, ellos estarán en primera fila. Las lagrimas que ahora derraman ante la inminente despida que se avecina, seguramente brotarán aquel día cuando se vuelvan a encontrar. Lo cierto es que sus vida ahora están entrelazadas. Ellos nunca olvidaran que tienen un hija y Maddie sabrá, siempre, que tiene un hogar en México, un hogar que la espera con los brazos abiertos. De eso se trata la familia.  
     

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